Me jacto de mis alumnos


Escribió Borges en el prólogo a su colección "Biblioteca Personal": "Que otros se jacten de lo que les ha sido dado escribir; yo me seguiré jactando de lo que me ha sido dado leer". En verdad, el Viejo también se ufanaba de sus propios escritos, pero ¡qué frase! ¿No? Bue, en ocasiones se me da por pensar de qué me jacto yo, acaso... Y en estos días he descubierto con alegría que entre otras cosas, me ufano, me enorgullezco, me jacto, me glorio, me envanezco... de mis alumnos. De algunos de ellos, claro. Como ese hermoso grupo de la escuela 183 (Cele, Nerea, Maru, Paola, Nico, Víctor, ambas Eve, ambas Vane...) que me hacen sentir que vale la pena la docencia. Marina y Nicolás hablando por la radio el otro día, con notable madurez de ideales y conducta, o todos ellos recibiendo el merecidísimo premio en Buenos Aires; o contando en tres pinceladas en la combi (a mi pedido, como si repasaran para un examen y al cuete, pues en el Ministerio de Trabajo a nadie parecía interesarle cómo había sido el trabajo colectivo que concluyó con el éxito de SU diseño, de ellos, de todos ellos, sobre la base del boceto original de Nerea)... Bue. Eso. Me jacto de ellos. Me enorgullezco. U hoy mismo, ese otro grupo que pinta tan lindo, Marianela, Toto, Karen, Mariana, Atilio, insistiendo en mostrarles a los funcionarios provinciales la calamidad de aulas que los cobija... Rebeldes como deben ser (pa eso son jóvenes, y en esa rebeldía es en lo que seguirán siendo jóvenes toda la vida. Si de joven no sos rebelde, no sos realmente joven. Si de viejo no seguís siendo rebelde, perdiste lo único que podía quedarte de juventud...). Nada más. La puta ¡que vale la pena dar clases!

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